Del capitalismo como “sistema parásito” por Zygmunt Bauman
Tal
como el reciente “tsunami financiero” demostró a millones de personas
que creían en los mercados capitalistas y en la banca capitalista como
métodos evidentes para la resolución exitosa de problemas, el
capitalismo se especializa en la creación de problemas, no en su
resolución.
Al igual
que los sistemas de los números naturales del famoso teorema de Kurt
Gödel, el capitalismo no puede ser al mismo tiempo coherente y completo.
Si es coherente con sus propios principios, surgen problemas que no
puede abordar; y si trata de resolverlos, no puede hacerlo sin caer en
la falta de coherencia con sus propias premisas. Mucho antes de que
Gödel escribiera su teorema, Rosa Luxemburgo publicó su estudio sobre la
“acumulación capitalista” en el que sugería que el capitalismo no puede
sobrevivir sin economías “no capitalistas”; puede proceder según sus
principios siempre cuando haya “territorios vírgenes” abiertos a la
expansión y la explotación, si bien cuando los conquista con fines de
explotación, el capitalismo los priva de su virginidad precapitalista y
de esa forma agota las reservas que lo nutren. En buena medida es como
una serpiente que se devora la cola: en un primer momento la comida
abunda, pero pronto se hace cada vez más difícil de tragar, y poco
después no queda nada que comer ni tampoco quien lo coma…
El
capitalismo es en esencia un sistema parásito. Como todos los parásitos,
puede prosperar un tiempo una vez que encuentra el organismo aún no
explotado del que pueda alimentarse, pero no puede hacerlo sin dañar al
anfitrión ni sin destruir tarde o temprano las condiciones de su
prosperidad o hasta de su propia supervivencia.
Rosa
Luxemburgo, que escribió en una era de imperialismo rampante y conquista
territorial, no pudo prever que las tierras premodernas de continentes
exóticos no eran los únicos posibles “anfitriones” de los que el
capitalismo podía alimentarse para prolongar su vida e iniciar sucesivos
ciclos de prosperidad. El capitalismo reveló desde entonces su
asombroso ingenio para buscar y encontrar nuevas especies de anfitriones
cada vez que la especie explotada con anterioridad se debilitaba. Una
vez que anexó todas las tierras vírgenes “precapitalistas”, el
capitalismo inventó la “virginidad secundaria”. Millones de hombres y
mujeres que se dedicaban a ahorrar en lugar de a vivir del crédito
fueron transformados con astucia en uno de esos territorios vírgenes aún
no explotados.
La
introducción de las tarjetas de crédito fue el indicio de lo que se
avecinaba. Las tarjetas de crédito habían hecho irrupción en el mercado
con una consigna elocuente y seductora: “elimine la espera para
concretar el deseo”. ¿Se desea algo pero no se ahorró lo suficiente para
pagarlo? Bueno, en los viejos tiempos, que por fortuna ya quedaron
atrás, había que postergar las satisfacciones (esa postergación, según
Max Weber, uno de los padres de la sociología moderna, era el principio
que hizo posible el advenimiento del capitalismo moderno): ajustarse el
cinturón, negarse otros placeres, gastar de manera prudente y frugal y
ahorrar el dinero que se podía apartar con la esperanza de que con el
debido cuidado y paciencia se reuniría lo suficiente para concretar los
sueños.
Gracias a
Dios y a la benevolencia de los bancos, ya no es así. Con una tarjeta de
crédito, ese orden se puede invertir: ¡disfrute ahora, pague después!
La tarjeta de crédito nos da la libertad de manejar las propias
satisfacciones, de obtener las cosas cuando las queremos, no cuando las
ganamos y podemos pagarlas.
A los
efectos de evitar reducir el efecto de las tarjetas de crédito y del
crédito fácil a sólo una ganancia extraordinaria para quienes prestan,
la deuda tenía (¡y lo hizo con gran rapidez!) que transformarse en un
activo permanente de generación de ganancia. ¿No puede pagar su deuda?
No se preocupe: a diferencia de los viejos prestamistas siniestros,
ansiosos de recuperar lo que habían prestado en el plazo fijado de
antemano, nosotros, los modernos prestamistas amistosos, no pedimos el
reembolso de nuestro dinero sino que le ofrecemos darle aun más crédito
para devolver la deuda anterior y quedarse con algún dinero adicional
(vale decir, deuda) para pagar nuevos placeres. Somos los bancos a los
que les gusta decir “sí”. Los bancos amistosos. Los bancos sonrientes,
como afirmaba uno de los comerciales más ingeniosos.
La trampa del crédito
Lo que
ninguno de los comerciales declaraba abiertamente era que en realidad
los bancos no querían que sus deudores reembolsaran los préstamos. Si
los deudores devolvieran con puntualidad lo prestado, ya no estarían
endeudados. Es su deuda (el interés mensual que se paga sobre la misma)
lo que los prestamistas modernos amistosos (y de una notable sagacidad)
decidieron y lograron reformular como la fuente principal de su ganancia
ininterrumpida. Los clientes que devuelven con rapidez el dinero que
pidieron son la pesadilla de los prestamistas. La gente que se niega a
gastar dinero que no ganó y se abstiene de pedirlo prestado no resulta
útil a los prestamistas, así como tampoco las personas que (motivadas
por la prudencia o por un sentido anticuado del honor) se apresuran a
pagar sus deudas a tiempo. Para beneficio suyo y de sus accionistas, los
bancos y proveedores de tarjetas de crédito dependen ahora de un
“servicio” ininterrumpido de deudas y no del rápido reembolso de las
mismas. Por lo que a ellos concierne, un “deudor ideal” es el que nunca
reembolsa el crédito por completo. Se pagan multas si se quiere
reembolsar la totalidad de un crédito hipotecario antes del plazo
acordado… Hasta la reciente “crisis del crédito”, los bancos y emisores
de tarjetas de crédito se mostraban más que dispuestos a ofrecer nuevos
préstamos a deudores insolventes para cubrir los intereses impagos de
créditos anteriores. Una de las principales compañías de tarjetas de
crédito de Gran Bretaña se negó hace poco a renovar las tarjetas de los
clientes que pagaban la totalidad de su deuda cada mes y, por lo tanto,
no incurrían en interés punitorio alguno.
Para
resumir, la “crisis del crédito” no fue resultado del fracaso de los
bancos. Al contrario, fue un resultado por completo esperable, si bien
inesperado, el fruto de su notable éxito: éxito en lo relativo a
transformar a la enorme mayoría de los hombres y mujeres, viejos y
jóvenes, en un ejército de deudores. Obtuvieron lo que querían
conseguir: un ejército de deudores eternos, la autoperpetuación de la
situación de “endeudamiento”, mientras que se buscan más deudas como la
única instancia realista de ahorro a partir de las deudas en que ya se
incurrió.
Ingresar a
esa situación se hizo más fácil que nunca en la historia de la
humanidad, mientras que salir de la misma nunca fue tan difícil. Ya se
tentó, sedujo y endeudó a todos aquellos a los que podía convertirse en
deudores, así como a millones de otros a los que no se podía ni debía
incitar a pedir prestado.
Como en
todas las mutaciones anteriores del capitalismo, también esta vez el
Estado asistió al establecimiento de nuevos terrenos fértiles para la
explotación capitalista: fue a iniciativa del presidente Clinton que se
introdujeron en los Estados Unidos las hipotecas subprime auspiciadas
por el gobierno para ofrecer crédito para la compra de casas a personas
que no tenían medios para reembolsar esos préstamos, y para transformar
así en deudores a sectores de la población que hasta el momento habían
sido inaccesibles a la explotación mediante el crédito…
Sin
embargo, así como la desaparición de la gente descalza significa
problemas para la industria del calzado, la desaparición de la gente no
endeudada anuncia un desastre para el sector del crédito. La famosa
predicción de Rosa Luxemburgo se cumplió una vez más: otra vez el
capitalismo estuvo peligrosamente cerca del suicido al conseguir agotar
la reserva de nuevos territorios vírgenes para la explotación…
Hasta
ahora, la reacción a la “crisis del crédito”, por más impresionante y
hasta revolucionaria que pueda parecer una vez procesada en los
titulares de los medios y las declaraciones de los políticos, fue “más
de lo mismo”, con la vana esperanza de que las posibilidades
vigorizadoras de ganancia y consumo de esa etapa aún no se hayan agotado
por completo: un intento de recapitalizar a los prestadores de dinero y
de hacer que sus deudores vuelvan a ser dignos de crédito, de modo tal
que el negocio de prestar y tomar prestado, de endeudarse y permanecer
así, pueda retornar a lo “habitual”.
El Estado
benefactor para los ricos (que, a diferencia de su homónimo para los
pobres, nunca vio cuestionada su racionalidad, y mucho menos
interrumpidas sus operaciones) volvió a los salones de exposición tras
abandonar las dependencias de servicio a las que se había relegado sus
oficinas de forma temporaria para evitar comparaciones envidiosas.
Lo que los
bancos no podían obtener –por medio de sus habituales tácticas de
tentación y seducción–, lo hizo el Estado mediante la aplicación de su
capacidad coercitiva, al obligar a la población a incurrir de forma
colectiva en deudas de proporciones que no tenían precedentes:
gravando/hipotecando el nivel de vida de generaciones que aún no habían
nacido…
Los
músculos del Estado, que hacía mucho tiempo que no se usaban con esos
fines, volvieron a flexionarse en público, esta vez en aras de la
continuación del juego cuyos participantes hacen que esa flexión se
considere indignante, pero inevitable; un juego que, curiosamente, no
puede soportar que el Estado ejercite sus músculos pero no puede
sobrevivir sin ello.
Ahora,
centenares de años después de que Rosa Luxemburgo diera a conocer su
pensamiento, sabemos que la fuerza del capitalismo reside en su
asombroso ingenio para buscar y encontrar nuevas especies de anfitriones
cada vez que la especie que se explotó antes se debilita demasiado o
muere, así como en la expedición y la velocidad virulentas con que se
adapta a las idiosincrasias de sus nuevas pasturas. En el número de
noviembre de 2008 de The New York Review of Books (en el artículo “La
crisis y qué hacer al respecto”), el inteligente analista y maestro del
arte del marketing George Soros presentó el itinerario de las empresas
capitalistas como una sucesión de “burbujas” de dimensiones que excedían
en mucho su capacidad y explotaban con rapidez una vez que se alcanzaba
el límite de su resistencia.
La “crisis
del crédito” no marca el fin del capitalismo; sólo el agotamiento de una
de sus sucesivas pasturas… La búsqueda de un nuevo prado comenzará
pronto, tal como en el pasado, alentada por el Estado capitalista
mediante la movilización compulsiva de recursos públicos (por medio de
impuestos en lugar de a través de una seducción de mercado que se
encuentra temporariamente fuera de operaciones). Se buscarán nuevas
“tierras vírgenes” y se intentará por derecha o por izquierda abrirlas a
la explotación hasta que sus posibilidades de aumentar las ganancias de
accionistas y las bonificaciones de los directores quede a su vez
agotada.
Como
siempre (como también aprendimos en el siglo XX a partir de una larga
serie de descubrimientos matemáticos desde Henri Poincaré hasta Edward
Lorenz) un mínimo paso al costado puede llevar a un precipicio y
terminar en una catástrofe. Hasta los más pequeños avances pueden
desencadenar inundaciones y terminar en diluvio…
Los
anuncios de otro “descubrimiento” de una isla desconocida atraen
multitudes de aventureros que exceden en mucho las dimensiones del
territorio virgen, multitudes que en un abrir y cerrar de ojos tendrían
que volver corriendo a sus embarcaciones para huir del inminente
desastre, esperando contra toda esperanza que las embarcaciones sigan
ahí, intactas, protegidas…
La gran
pregunta es en qué momento la lista de tierras disponibles para una
“virginización secundaria” se agotará, y las exploraciones, por más
frenéticas e ingeniosas que sean, dejarán de generar respiros
temporarios. Los mercados, que están dominados por la “mentalidad
cazadora” líquida moderna que reemplazó a la actitud de guardabosques
premoderna y a la clásica postura moderna de jardinero, seguramente no
se van a molestar en plantear esa pregunta, dado que viven de una alegre
escapada de caza a otra como otra oportunidad de posponer, no importa
qué tan brevemente ni a qué precio, el momento en que se detecte la
verdad.
Todavía no
empezamos a pensar con seriedad en la sustentabilidad de nuestra
sociedad impulsada a crédito y consumo. “El regreso a la normalidad”
pronostica un regreso a vías malas y siempre peligrosas. La intención de
hacerlo es alarmante: indica que ni la gente que dirige las
instituciones financieras, ni nuestros gobiernos, llegaron al fondo del
problema con sus diagnósticos, y mucho menos con sus actos.
Parafraseando a Héctor Sants, el director de la Autoridad de Servicios
Financieros, que hace poco confesó la existencia de “modelos empresarios
mal equipados para sobrevivir al estrés (…), algo que lamentamos”,
Simon Jenkins, un analista de The Guardian de extraordinaria agudeza,
observó que “fue como si un piloto protestara porque su avión vuela bien
a excepción de los motores”.
Autor: Zygmunt Bauman
fuentehttp://ssociologos.com/2012/09/14/zygmunt-bauman-del-capitalismo-como-sistema-parasito/ consultado 8 de octubre 2013
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