Luego de
las manifestaciones que colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas
en junio y julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo ocurriese.
Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al mismo tiempo
se registró otro fenómeno que pasó a ocupar la atención: grupos que salen a las
calles destrozando todo lo que esté a su alcance. El impacto de manifestaciones
multitudinarias se desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la
opinión pública a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece
entender. -
Eric
Nepomuceno
Luego de
las manifestaciones que colmaron las calles de las principales ciudades
brasileñas en junio y julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo
ocurriese. Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al
mismo tiempo se registró otro fenómeno que pasó a ocupar las atenciones: grupos
que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance. Así, el
impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece mientras empieza a
predominar el rechazo de la opinión pública a la actuación de grupos cuyos
propósitos nadie parece entender.
Suelen
surgir en bandos de entre 100 y 200, principalmente en Río y Sao Paulo. Ropas
negras, mochilas negras, máscaras negras, banderas negras y escudos de
cualquier color, creados a partir de placas de publicidad o de paradas de
autobús; caminan en bloque hasta que de repente se dispersan y empiezan a
atacar sucursales de bancos, edificios públicos, comercios y luego lo que sea.
Son los black
blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los
califica de vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el
sistema. ¿Cuál sistema? Ese que nos domina. Es decir, el capitalismo. De ahí la
preferencia por los establecimientos bancarios, símbolo más visible del
sistema.
En su más
reciente irrupción en Río de Janeiro, el pasado lunes 7 de octubre, en poco más
de dos horas atacaron 13 sucursales bancarias en el centro de la ciudad. Y, ya
que de atacar al capitalismo se trata, también fueron destruidas y saqueadas
tiendas de una operadora de telefonía celular, un local de McDonald’s, dos
oficinas de compañías aéreas, dos bares, un restaurante, un número no
contabilizado de quioscos de revistas y paradas de autobús, la cámara de
concejales municipales, el teatro municipal (casa de ópera y música clásica) y,
como daño colateral, porque así son las guerras, la fachada del consulado de
Angola.
Era una
marcha de profesores municipales y estatales, en huelga desde hace un mes
contra la ausencia de una política educacional y principalmente laboral
satisfactorias.
La
radicalización de los sindicatos y la intransigencia de los gobiernos hacían
prever una marcha tensa, pero los maestros hicieron gala del tan loado humor de
los cariocas, y todo se deslizó pacíficamente hasta casi el final. Y entonces
empezó la violencia, esta vez con derecho a transmisión directa por la
televisión.
La
actuación de los black blocs dejó de ser un fenómeno incipiente, como en
las primeras manifestaciones de junio, para transformase en ingrediente
indispensable en las marchas de protesta o reivindicación. La población de las
grandes ciudades trata de decidirse entre seguir respaldando las
manifestaciones y repudiarlas a raíz de la violencia y los actos de vandalismo.
Los black
blocs no tienen liderazgo conocido, no envían mensajes a la opinión
pública, no hablan con periodistas, no buscan dialogar con ninguna institución
y no tienen otra organización que convocarse vía Internet.
Siguen a
sus pares que actúan en otras latitudes, de Egipto a Grecia, de Estados Unidos
a Turquía. No se trata de la violencia espontánea de grupos populares
iracundos: dicen los que los estudian (porque ya los hay) que la violencia de
los black blocs busca responder a la creciente insatisfacción global con
los gobiernos y las economías de prácticamente todo el mundo.
Uno de
esos estudiosos, Francis Dupuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la
Universidad de Quebec, en Montreal, recuerda que las redes sociales permiten
que se convoque y movilice a grupos rápidamente. La insatisfacción generalizada
les abre espacio en las calles.
Los black
blocs no tienen un líder o un representante para dialogar con el gobierno o
las instituciones y, tanto antes como después de las manifestaciones, el grupo
no existe.
Esa clase
de manifestación ganó impulso en las protestas contra el capitalismo y el
neoliberalismo, como en la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC)
en Seattle, en 1999, y en Roma, en 2001.
Los
explicadores profesionales suelen encontrar respuesta para todo. Hablan de la
creciente y justificada insatisfacción mundial con los gobiernos y con el
sistema económico. Por cierto: la situación de los maestros municipales y
estatales de Río merece toda insatisfacción posible. Pero la verdad es que la
actuación de los grupos cuya dimensión es inversamente proporcional a su
capacidad de violencia no hace más que vaciar la fuerza de las manifestaciones
populares. Y además, abre espacio para la saña de la policía carioca que, nunca
es demasiado recordar, es de las más violentas y corruptas del mundo.
Los black
blocs brasileños ganaron visibilidad, por cierto. Pero han alejado parte
sustancial de la opinión pública que llegó a ver, en las manifestaciones
callejeras, por más difusos que fuesen sus propósitos, un espacio de crítica a
la política y a las instituciones. Predomina, ahora, la imagen de la violencia
por la violencia.
Consultado
18 de octubre 2013
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Luego
de las manifestaciones que colmaron las calles de las principales
ciudades brasileñas en junio y julio, parecía que las marchas seguirían
hasta que algo ocurriese. Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas
perdieron fuerza. Al mismo tiempo se registró otro fenómeno que pasó a
ocupar la atención: grupos que salen a las calles destrozando todo lo
que esté a su alcance. El impacto de manifestaciones multitudinarias se
desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública
a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Publicado el: 17 de octubre de 2013
Integrantes del Black Bloc lanzan
consignas, durante una protesta en apoyo a la huelga de los maestros,
afuera de la Asamblea Municipal de Río de Janeiro, el 7 de octubre.
Foto: Reuters
Eric Nepomuceno
Publicada el 14 de octubre en la versión impresa.
Luego de las manifestaciones que
colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas en junio y
julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo ocurriese.
Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al mismo
tiempo se registró otro fenómeno que pasó a ocupar las atenciones:
grupos que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance.
Así, el impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece
mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública a la
actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Suelen surgir en bandos de entre 100 y 200, principalmente en Río y
Sao Paulo. Ropas negras, mochilas negras, máscaras negras, banderas
negras y escudos de cualquier color, creados a partir de placas de
publicidad o de paradas de autobús; caminan en bloque hasta que de
repente se dispersan y empiezan a atacar sucursales de bancos, edificios
públicos, comercios y luego lo que sea.Son los black blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los califica de
vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el sistema. ¿Cuál sistema?
Ese que nos domina. Es decir, el capitalismo. De ahí la preferencia por los establecimientos bancarios, símbolo más visible del sistema.
En su más reciente irrupción en Río de Janeiro, el pasado lunes 7 de octubre, en poco más de dos horas atacaron 13 sucursales bancarias en el centro de la ciudad. Y, ya que de atacar al capitalismo se trata, también fueron destruidas y saqueadas tiendas de una operadora de telefonía celular, un local de McDonald’s, dos oficinas de compañías aéreas, dos bares, un restaurante, un número no contabilizado de quioscos de revistas y paradas de autobús, la cámara de concejales municipales, el teatro municipal (casa de ópera y música clásica) y, como daño colateral, porque así son las guerras, la fachada del consulado de Angola.
Era una marcha de profesores municipales y estatales, en huelga desde hace un mes contra la ausencia de una política educacional y principalmente laboral satisfactorias.
La radicalización de los sindicatos y la intransigencia de los gobiernos hacían prever una marcha tensa, pero los maestros hicieron gala del tan loado humor de los cariocas, y todo se deslizó pacíficamente hasta casi el final. Y entonces empezó la violencia, esta vez con derecho a transmisión directa por la televisión.
La actuación de los black blocs dejó de ser un fenómeno incipiente, como en las primeras manifestaciones de junio, para transformase en ingrediente indispensable en las marchas de protesta o reivindicación. La población de las grandes ciudades trata de decidirse entre seguir respaldando las manifestaciones y repudiarlas a raíz de la violencia y los actos de vandalismo.
Los black blocs no tienen liderazgo conocido, no envían mensajes a la opinión pública, no hablan con periodistas, no buscan dialogar con ninguna institución y no tienen otra organización que convocarse vía Internet.
Siguen a sus pares que actúan en otras latitudes, de Egipto a Grecia, de Estados Unidos a Turquía. No se trata de la violencia espontánea de grupos populares iracundos: dicen los que los estudian (porque ya los hay) que la violencia de los black blocs busca responder a la creciente insatisfacción global con los gobiernos y las economías de prácticamente todo el mundo.
Uno de esos estudiosos, Francis Dupuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, en Montreal, recuerda que las redes sociales permiten que se convoque y movilice a grupos rápidamente. La insatisfacción generalizada les abre espacio en las calles.
Los black blocs no tienen un líder o un representante para dialogar con el gobierno o las instituciones y, tanto antes como después de las manifestaciones, el grupo no existe.
Esa clase de manifestación ganó impulso en las protestas contra el capitalismo y el neoliberalismo, como en la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, en 1999, y en Roma, en 2001.
Los explicadores profesionales suelen encontrar respuesta para todo. Hablan de la creciente y justificada insatisfacción mundial con los gobiernos y con el sistema económico. Por cierto: la situación de los maestros municipales y estatales de Río merece toda insatisfacción posible. Pero la verdad es que la actuación de los grupos cuya dimensión es inversamente proporcional a su capacidad de violencia no hace más que vaciar la fuerza de las manifestaciones populares. Y además, abre espacio para la saña de la policía carioca que, nunca es demasiado recordar, es de las más violentas y corruptas del mundo.
Los black blocs brasileños ganaron visibilidad, por cierto. Pero han alejado parte sustancial de la opinión pública que llegó a ver, en las manifestaciones callejeras, por más difusos que fuesen sus propósitos, un espacio de crítica a la política y a las instituciones. Predomina, ahora, la imagen de la violencia por la violencia.
Luego
de las manifestaciones que colmaron las calles de las principales
ciudades brasileñas en junio y julio, parecía que las marchas seguirían
hasta que algo ocurriese. Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas
perdieron fuerza. Al mismo tiempo se registró otro fenómeno que pasó a
ocupar la atención: grupos que salen a las calles destrozando todo lo
que esté a su alcance. El impacto de manifestaciones multitudinarias se
desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública
a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Publicado el: 17 de octubre de 2013
Integrantes del Black Bloc lanzan
consignas, durante una protesta en apoyo a la huelga de los maestros,
afuera de la Asamblea Municipal de Río de Janeiro, el 7 de octubre.
Foto: Reuters
Eric Nepomuceno
Publicada el 14 de octubre en la versión impresa.
Luego de las manifestaciones que
colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas en junio y
julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo ocurriese.
Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al mismo
tiempo se registró otro fenómeno que pasó a ocupar las atenciones:
grupos que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance.
Así, el impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece
mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública a la
actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Suelen surgir en bandos de entre 100 y 200, principalmente en Río y
Sao Paulo. Ropas negras, mochilas negras, máscaras negras, banderas
negras y escudos de cualquier color, creados a partir de placas de
publicidad o de paradas de autobús; caminan en bloque hasta que de
repente se dispersan y empiezan a atacar sucursales de bancos, edificios
públicos, comercios y luego lo que sea.Son los black blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los califica de
vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el sistema. ¿Cuál sistema?
Ese que nos domina. Es decir, el capitalismo. De ahí la preferencia por los establecimientos bancarios, símbolo más visible del sistema.
En su más reciente irrupción en Río de Janeiro, el pasado lunes 7 de octubre, en poco más de dos horas atacaron 13 sucursales bancarias en el centro de la ciudad. Y, ya que de atacar al capitalismo se trata, también fueron destruidas y saqueadas tiendas de una operadora de telefonía celular, un local de McDonald’s, dos oficinas de compañías aéreas, dos bares, un restaurante, un número no contabilizado de quioscos de revistas y paradas de autobús, la cámara de concejales municipales, el teatro municipal (casa de ópera y música clásica) y, como daño colateral, porque así son las guerras, la fachada del consulado de Angola.
Era una marcha de profesores municipales y estatales, en huelga desde hace un mes contra la ausencia de una política educacional y principalmente laboral satisfactorias.
La radicalización de los sindicatos y la intransigencia de los gobiernos hacían prever una marcha tensa, pero los maestros hicieron gala del tan loado humor de los cariocas, y todo se deslizó pacíficamente hasta casi el final. Y entonces empezó la violencia, esta vez con derecho a transmisión directa por la televisión.
La actuación de los black blocs dejó de ser un fenómeno incipiente, como en las primeras manifestaciones de junio, para transformase en ingrediente indispensable en las marchas de protesta o reivindicación. La población de las grandes ciudades trata de decidirse entre seguir respaldando las manifestaciones y repudiarlas a raíz de la violencia y los actos de vandalismo.
Los black blocs no tienen liderazgo conocido, no envían mensajes a la opinión pública, no hablan con periodistas, no buscan dialogar con ninguna institución y no tienen otra organización que convocarse vía Internet.
Siguen a sus pares que actúan en otras latitudes, de Egipto a Grecia, de Estados Unidos a Turquía. No se trata de la violencia espontánea de grupos populares iracundos: dicen los que los estudian (porque ya los hay) que la violencia de los black blocs busca responder a la creciente insatisfacción global con los gobiernos y las economías de prácticamente todo el mundo.
Uno de esos estudiosos, Francis Dupuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, en Montreal, recuerda que las redes sociales permiten que se convoque y movilice a grupos rápidamente. La insatisfacción generalizada les abre espacio en las calles.
Los black blocs no tienen un líder o un representante para dialogar con el gobierno o las instituciones y, tanto antes como después de las manifestaciones, el grupo no existe.
Esa clase de manifestación ganó impulso en las protestas contra el capitalismo y el neoliberalismo, como en la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, en 1999, y en Roma, en 2001.
Los explicadores profesionales suelen encontrar respuesta para todo. Hablan de la creciente y justificada insatisfacción mundial con los gobiernos y con el sistema económico. Por cierto: la situación de los maestros municipales y estatales de Río merece toda insatisfacción posible. Pero la verdad es que la actuación de los grupos cuya dimensión es inversamente proporcional a su capacidad de violencia no hace más que vaciar la fuerza de las manifestaciones populares. Y además, abre espacio para la saña de la policía carioca que, nunca es demasiado recordar, es de las más violentas y corruptas del mundo.
Los black blocs brasileños ganaron visibilidad, por cierto. Pero han alejado parte sustancial de la opinión pública que llegó a ver, en las manifestaciones callejeras, por más difusos que fuesen sus propósitos, un espacio de crítica a la política y a las instituciones. Predomina, ahora, la imagen de la violencia por la violencia.
Luego
de las manifestaciones que colmaron las calles de las principales
ciudades brasileñas en junio y julio, parecía que las marchas seguirían
hasta que algo ocurriese. Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas
perdieron fuerza. Al mismo tiempo se registró otro fenómeno que pasó a
ocupar la atención: grupos que salen a las calles destrozando todo lo
que esté a su alcance. El impacto de manifestaciones multitudinarias se
desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública
a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Publicado el: 17 de octubre de 2013
Integrantes del Black Bloc lanzan
consignas, durante una protesta en apoyo a la huelga de los maestros,
afuera de la Asamblea Municipal de Río de Janeiro, el 7 de octubre.
Foto: Reuters
Eric Nepomuceno
Publicada el 14 de octubre en la versión impresa.
Luego de las manifestaciones que
colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas en junio y
julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo ocurriese.
Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al mismo
tiempo se registró otro fenómeno que pasó a ocupar las atenciones:
grupos que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance.
Así, el impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece
mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública a la
actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Suelen surgir en bandos de entre 100 y 200, principalmente en Río y
Sao Paulo. Ropas negras, mochilas negras, máscaras negras, banderas
negras y escudos de cualquier color, creados a partir de placas de
publicidad o de paradas de autobús; caminan en bloque hasta que de
repente se dispersan y empiezan a atacar sucursales de bancos, edificios
públicos, comercios y luego lo que sea.Son los black blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los califica de
vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el sistema. ¿Cuál sistema?
Ese que nos domina. Es decir, el capitalismo. De ahí la preferencia por los establecimientos bancarios, símbolo más visible del sistema.
En su más reciente irrupción en Río de Janeiro, el pasado lunes 7 de octubre, en poco más de dos horas atacaron 13 sucursales bancarias en el centro de la ciudad. Y, ya que de atacar al capitalismo se trata, también fueron destruidas y saqueadas tiendas de una operadora de telefonía celular, un local de McDonald’s, dos oficinas de compañías aéreas, dos bares, un restaurante, un número no contabilizado de quioscos de revistas y paradas de autobús, la cámara de concejales municipales, el teatro municipal (casa de ópera y música clásica) y, como daño colateral, porque así son las guerras, la fachada del consulado de Angola.
Era una marcha de profesores municipales y estatales, en huelga desde hace un mes contra la ausencia de una política educacional y principalmente laboral satisfactorias.
La radicalización de los sindicatos y la intransigencia de los gobiernos hacían prever una marcha tensa, pero los maestros hicieron gala del tan loado humor de los cariocas, y todo se deslizó pacíficamente hasta casi el final. Y entonces empezó la violencia, esta vez con derecho a transmisión directa por la televisión.
La actuación de los black blocs dejó de ser un fenómeno incipiente, como en las primeras manifestaciones de junio, para transformase en ingrediente indispensable en las marchas de protesta o reivindicación. La población de las grandes ciudades trata de decidirse entre seguir respaldando las manifestaciones y repudiarlas a raíz de la violencia y los actos de vandalismo.
Los black blocs no tienen liderazgo conocido, no envían mensajes a la opinión pública, no hablan con periodistas, no buscan dialogar con ninguna institución y no tienen otra organización que convocarse vía Internet.
Siguen a sus pares que actúan en otras latitudes, de Egipto a Grecia, de Estados Unidos a Turquía. No se trata de la violencia espontánea de grupos populares iracundos: dicen los que los estudian (porque ya los hay) que la violencia de los black blocs busca responder a la creciente insatisfacción global con los gobiernos y las economías de prácticamente todo el mundo.
Uno de esos estudiosos, Francis Dupuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, en Montreal, recuerda que las redes sociales permiten que se convoque y movilice a grupos rápidamente. La insatisfacción generalizada les abre espacio en las calles.
Los black blocs no tienen un líder o un representante para dialogar con el gobierno o las instituciones y, tanto antes como después de las manifestaciones, el grupo no existe.
Esa clase de manifestación ganó impulso en las protestas contra el capitalismo y el neoliberalismo, como en la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, en 1999, y en Roma, en 2001.
Los explicadores profesionales suelen encontrar respuesta para todo. Hablan de la creciente y justificada insatisfacción mundial con los gobiernos y con el sistema económico. Por cierto: la situación de los maestros municipales y estatales de Río merece toda insatisfacción posible. Pero la verdad es que la actuación de los grupos cuya dimensión es inversamente proporcional a su capacidad de violencia no hace más que vaciar la fuerza de las manifestaciones populares. Y además, abre espacio para la saña de la policía carioca que, nunca es demasiado recordar, es de las más violentas y corruptas del mundo.
Los black blocs brasileños ganaron visibilidad, por cierto. Pero han alejado parte sustancial de la opinión pública que llegó a ver, en las manifestaciones callejeras, por más difusos que fuesen sus propósitos, un espacio de crítica a la política y a las instituciones. Predomina, ahora, la imagen de la violencia por la violencia.
Luego
de las manifestaciones que colmaron las calles de las principales
ciudades brasileñas en junio y julio, parecía que las marchas seguirían
hasta que algo ocurriese. Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas
perdieron fuerza. Al mismo tiempo se registró otro fenómeno que pasó a
ocupar la atención: grupos que salen a las calles destrozando todo lo
que esté a su alcance. El impacto de manifestaciones multitudinarias se
desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública
a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Publicado el: 17 de octubre de 2013
Integrantes del Black Bloc lanzan
consignas, durante una protesta en apoyo a la huelga de los maestros,
afuera de la Asamblea Municipal de Río de Janeiro, el 7 de octubre.
Foto: Reuters
Eric Nepomuceno
Publicada el 14 de octubre en la versión impresa.
Luego de las manifestaciones que
colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas en junio y
julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo ocurriese.
Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al mismo
tiempo se registró otro fenómeno que pasó a ocupar las atenciones:
grupos que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance.
Así, el impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece
mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública a la
actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.
Suelen surgir en bandos de entre 100 y 200, principalmente en Río y
Sao Paulo. Ropas negras, mochilas negras, máscaras negras, banderas
negras y escudos de cualquier color, creados a partir de placas de
publicidad o de paradas de autobús; caminan en bloque hasta que de
repente se dispersan y empiezan a atacar sucursales de bancos, edificios
públicos, comercios y luego lo que sea.Son los black blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los califica de
vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el sistema. ¿Cuál sistema?
Ese que nos domina. Es decir, el capitalismo. De ahí la preferencia por los establecimientos bancarios, símbolo más visible del sistema.
En su más reciente irrupción en Río de Janeiro, el pasado lunes 7 de octubre, en poco más de dos horas atacaron 13 sucursales bancarias en el centro de la ciudad. Y, ya que de atacar al capitalismo se trata, también fueron destruidas y saqueadas tiendas de una operadora de telefonía celular, un local de McDonald’s, dos oficinas de compañías aéreas, dos bares, un restaurante, un número no contabilizado de quioscos de revistas y paradas de autobús, la cámara de concejales municipales, el teatro municipal (casa de ópera y música clásica) y, como daño colateral, porque así son las guerras, la fachada del consulado de Angola.
Era una marcha de profesores municipales y estatales, en huelga desde hace un mes contra la ausencia de una política educacional y principalmente laboral satisfactorias.
La radicalización de los sindicatos y la intransigencia de los gobiernos hacían prever una marcha tensa, pero los maestros hicieron gala del tan loado humor de los cariocas, y todo se deslizó pacíficamente hasta casi el final. Y entonces empezó la violencia, esta vez con derecho a transmisión directa por la televisión.
La actuación de los black blocs dejó de ser un fenómeno incipiente, como en las primeras manifestaciones de junio, para transformase en ingrediente indispensable en las marchas de protesta o reivindicación. La población de las grandes ciudades trata de decidirse entre seguir respaldando las manifestaciones y repudiarlas a raíz de la violencia y los actos de vandalismo.
Los black blocs no tienen liderazgo conocido, no envían mensajes a la opinión pública, no hablan con periodistas, no buscan dialogar con ninguna institución y no tienen otra organización que convocarse vía Internet.
Siguen a sus pares que actúan en otras latitudes, de Egipto a Grecia, de Estados Unidos a Turquía. No se trata de la violencia espontánea de grupos populares iracundos: dicen los que los estudian (porque ya los hay) que la violencia de los black blocs busca responder a la creciente insatisfacción global con los gobiernos y las economías de prácticamente todo el mundo.
Uno de esos estudiosos, Francis Dupuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, en Montreal, recuerda que las redes sociales permiten que se convoque y movilice a grupos rápidamente. La insatisfacción generalizada les abre espacio en las calles.
Los black blocs no tienen un líder o un representante para dialogar con el gobierno o las instituciones y, tanto antes como después de las manifestaciones, el grupo no existe.
Esa clase de manifestación ganó impulso en las protestas contra el capitalismo y el neoliberalismo, como en la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, en 1999, y en Roma, en 2001.
Los explicadores profesionales suelen encontrar respuesta para todo. Hablan de la creciente y justificada insatisfacción mundial con los gobiernos y con el sistema económico. Por cierto: la situación de los maestros municipales y estatales de Río merece toda insatisfacción posible. Pero la verdad es que la actuación de los grupos cuya dimensión es inversamente proporcional a su capacidad de violencia no hace más que vaciar la fuerza de las manifestaciones populares. Y además, abre espacio para la saña de la policía carioca que, nunca es demasiado recordar, es de las más violentas y corruptas del mundo.
Los black blocs brasileños ganaron visibilidad, por cierto. Pero han alejado parte sustancial de la opinión pública que llegó a ver, en las manifestaciones callejeras, por más difusos que fuesen sus propósitos, un espacio de crítica a la política y a las instituciones. Predomina, ahora, la imagen de la violencia por la violencia.
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